07 noviembre 2010

TOQUI Segunda Parte: La INFIDELIDAD de TOQUI



TOQUI Segunda  Parte:  La infidelidad de TOQUI

Ocurrió lo siguiente: Arrendábamos una casa que poseía un patio cuya parte posterior colindaba con el cuartel de Carabineros del pueblo. Lo separaba un cerco de madera. No era  alto y entre tabla y tabla del cerco quedaban separaciones a través de las cuales, fácilmente, se podía observar lo que ocurría en el patio de los carabineros.

Para Toqui uno de sus pasatiempo era observar atentamente, con devoción, el va y viene de esos hombres vestidos de verde. Más de alguno se asomaba a mirar la huerta que yo hacía en ese rincón del patio y me sugería alguna mejora que podría realizar para obtener óptimos resultados de esas aventuras hortelanas de mi juventud. Toqui, siempre a mi lado descansando, observaba y escuchaba esas repetitivas escenas.

Hoy me pregunto cuánto captaba este animal de esos coloquios humanos: De un civil y un uniformado. De un conocido , amigo y un desconocido humano vestido de verde. Tú que me lees, medita e incursiona en una probable relación.


En el ínter tanto, nosotros, habíamos comprado una casa con un gran patio- Y luego construiríamos una casa a nuestro gusto y de acuerdo a nuestro peculio. Había llegado el momento de partir con nuestros “monos y petacas”, porque volver a arrendar nunca jamás. Tal vez hayan cambiado las cosas. Pero cuando uno es dueño aunque sea de una pocilga está más seguro y tranquilo que en casa ajena. Yo adoro sólo lo que es mío. Lo ajeno puedo admirarlo con envidia sana. Pero ser dueño de cuatro tablas es lejos superior a ser pseudo dueño de la mejor suite.

Y  llegamos a la parte álgida de este relato ¿Qué pasó con Toqui el día de nuestra partida?¿Saltaba alegremente, jugueteaba travieso ante la inminente partida?. El movimiento nervioso de los que se iban ¿Acaso lo percibió?. Un perro común hubiese sido el primero en estar sentado en el medio de transporte contratado, moviendo alegremente su cola  en señal de canina  aprobación. O si no, hubiese marchado al lado de sus amos, caminando de un lado a otro como un capataz organizando y exigiendo  rapidez y eficacia a sus ocasionales peones.

Nada de esto sucedió. Toqui se ”amurró” y decidió quedarse. Renunciaba a su amo. Y cual caballero andante, orgulloso de su decisión y soñador de mil batallas a ganar, desafiante, salió de la casa que dejaban sus ex amos, giró hacia su izquierda y marchó. O mejor corrió y llegó donde sus amigos: los carabineros. Y sin tapujos entró al cuartel donde fue recibido como uno más. ¡Total era un perro policial! Y su lugar, según su decisión, era el más adecuado para servir a los humanos.

Piensen qué pasaba por su perruna cabecita. Qué lo motivó a  adoptar tan carabinera decisión.

Tiempo después de estos sucesos, el sargento a cargo de esa unidad y gran amigo mío, me informó, muy contento, que la prefectura le había otorgado a Toqui un derecho a “ rancho” lo cual significaba que se le asignaban ciertos dineros para comprarle alimentos. Vale decir, Toqui, oficialmente, pertenecía a las fuerzas de Orden , a los distinguidos Carabineros de Chile.

Su función fue acompañar a carabineros en sus salidas y patrullajes y hacer de “ guapo” cuando personas ajenas a los uniformados pretendían entrar al cuartel.

Así, los días se sucedían tranquilos en nuestro hogar Y Toqui ya no figuraba en la lista familiar. Comprendía que Toqui había elegido, por instinto, un tipo de vida, que  a lo mejor, atávicamente hablando, se asemejaba a una existencia más cercana a la que vivieron sus ancestros. Quizás más acción, más libertad. A lo mejor esos hombres vestidos de color verde le recordaban inconscientemente, la selva, lo salvaje, un hogar perdido en la inmensidad y lejanía del tiempo y que alguna vez pudo ser.

Sea como fuere, lo cierto que Toqui, para mi, rompìa las reglas que regían las conductas de estos cuadrúpedos domésticos: La fidelidad hacia el amo. El cariño que estos animales expresan hacia ellos. Toqui rompía estos moldes y me dejaba desilusionado, herido y atormentado, confuso, porque confiaba en él. Su actitud me hacía recordar hechos similares pero en relación a la convivencia humana y ello me producía escepticismo que no era bueno para una persona joven con alto sentido social.

Como defensa a estos  sucesos equívocos olvidé a Toqui y asumí con pena su actitud.

Pero un hecho inesperado vino, nuevamente, a poner en tela de juicio mis aseveraciones y mi manera de pensar en relación a Toqui.

Regresando a casa a mediodía, .echado bajo el comedor de la cocina se encontraba el traidor. Estaba herido. Toqui regresaba a casa. Toqui regresaba a mí. Toqui nunca me había dejado de amar, Toqui nunca me quitó  mi condición de amo de él. Yo era su amigo.  Su padre. Su casi todo, porque él supo separar la vocación del amor- El deber del querer.

Lo cuidé con ternura de padre. Nunca aceptó a otra persona a su lado. Sólo yo,

Conversando con sus “colegas” carabineros, me informaron que una camioneta que transitaba a velocidad prohibida, había atropellado a Toqui. Se trataba, y no era ninguna novedad, de un individuo conspicuo, de los que todavía quedan por ahí. Dueño de fundo y convencido ser un semi dios a quién todos debían respetar y permitirse el lujo de desconocer a la autoridad vigente en el pueblo. Por supuesto: Ninguna disculpa, ningún parte. Nada de nada. Son los que ensucian la imagen del chileno. Y a parte, era abogado, por lo que su conducta menoscababa también a esa necesaria y digna profesión. Ojalá esas” plagas humanas” vayan desapareciendo y Chile se humanice cada día más y las combata con generaciones educadas y formadas con principios, valores y mucha justicia social.

Como les decía volví a creer en la fidelidad de Toqui porque él no quiso recibir ayuda de carabineros y prefirió volver a casa donde jamás había estado, pero donde sabía que estaría yo: su amo. Su único amo. Toqui también me enseñó a dar una mirada más reflexiva y comprensiva a mis semejantes. A separar los intereses profundos de las personas, del amor que pueden darnos, pero que no pueden expresar por estar atadas a esos afectos que las dominan o eligen voluntariamente.

Toqui una vez recuperado del accidente se recogió nuevamente al cuartel de sus amores, ahora con el visto bueno de su amo y con su mirada fulgurante, pues había comprendido que su deber estaba allá pero su corazón quedaba en casa.


Hubiese querido terminar este relato aquí y me duele llegar al final.
Todos los seres vivos tenemos en común algo trágico: la muerte.

Toqui, a la llegada de un nuevo sargento, acostumbraba a seguirlo y muchas veces pernoctaba en su casa. Una  vez este sargento dejó olvidado a ras de suelo un tarro con veneno para algún uso especial. Ustedes imaginarán lo que pudo suceder: Toqui murió envenenado.

Este relato es un homenaje a este fiel e inteligente perro llamado Toqui y no creo sea una falta de respeto haber  colocado como figura a esta entrada la imagen de Caupolicán, porque, aparte de bella, refleja un poco la vocación innegable de este insigne guerrero que, aparentemente, menoscabando a su familia como todo guerrero de vocación y por necesidad, abandonó a los suyos y emprendió una  guerra  justificada frente al invasor de su patria. Fresia, su mujer, no le reprendió el haberse alejado de la familia, sino le enrostró el haber perdido la guerra.

Fresia vislumbró lo que yo no comprendí de Toqui: El amor es una cosa y la vocación que sacrifica ese amor es otra cosa.

Esta narración nos enseña algo que los padres trasgreden: Nuestros hijos nos quieren pero debemos darles el espacio que les corresponde. Apoyémosles pero no imponiéndoles profesiones que ellos no desean. La ocurrencia de estos hechos los hace infelices de por vida. ¿Acaso queremos eso para nuestros muchachos? No, por supuesto.

1 comentario:

Lony dijo...

Qué lindo es leerte Papá. Ojalá estés donde estés sea un lugar de tranquilidad para ti.