13 noviembre 2010

EL TRAPECISTA


EL   TRAPECISTA



Era un solitario atleta. Su vida no había sido fácil. Siempre caminó bordeando los límites de la felicidad. Se llamaba “ el feliz hijo del tiempo”. Otro día cuando las cosas no caminaban bien se hacía llamar “el infeliz vástago perdido”. Parecía una orquestación inconclusa con bemoles y  sostenidos descompasados en una música realmente bien hecha.

 El era un individuo físicamente atractivo sin llegar a ser un Adonis. El era la música, lo armónico, el producto humano de una descendencia privilegiada. Los bemoles  aparecían  debajo de esa epidermis excelsa en forma de disconformidad irritante que desentonaba con su figura y producto de esa sensibilidad latina que le hacían vulnerable a hechos importantes que ocurrieron en su vida de romántico esclavo del dios Amor.

Y para concluir con esta humana sinfonía, los sostenidos aumentaban un tono más sus fracasos amorosos y en una exagerada nostalgia, permanecía gran parte de su tiempo preguntándose dónde estaba la causa del fracaso ¿Porqué su vida sentimental fue tan hostil, tan lejana, tan desafinada, musicalmente hablando?

El amor, esa golosina del corazón, le había sido esquivo.

Se había enamorado de una jovencita, pero él ignoraba que el corazón de una jovencita es un libro cerrado: para leer en él es preciso ser amado por ella.

Ella nunca le ofreció amor. Ella admiró su físico. Así como otras miran el dinero, el dinero que da poder, pero no amor. Ella no vio su corazón sino una piel que le  ocultó lo   mejor . Y un día cualquiera ella se alejó de él.

Lo que nuestros ojos ven  es muy distinto a lo que nuestros sentimientos perciben.  Son rayos no reconocidos, aún, que  penetran profundamente atacando dermis, epidermis, músculos y quedan alegremente enredados, finalmente, en nuestro corazón, haciendo del individuo un ser distinto, lleno de felicidad, lleno de aire idílico, de indescriptible deseos de vivir y expresar alegría a todo el mundo. Es un bello trastorno.

¡Cómo había soñado él con sus brazos que fueran cuna de su cansancio!¡Con su piel que fuera calor  a sus sueños!¡ Cómo había entregado él su vigor para que fuese protegida cómo ángel débil en sus ensueños!

Lo que empieza termina. Y su romance había llegado al final. Se transformó en solitario. Los ojos de ella le perseguían y su mirada, aún, le turbaba  y le cegaba ante otras féminas que veía pasar indiferente.

La mayor desdicha que se puede tener es amar sin ser correspondido.

Los ilusos dicen que la amistad es el amor sin alas; el amor pasa, la amistad, queda. Aquí, nada quedó de nada. Todo murió. Nada quedó.

Estamos en el circo y nuestro trapecista está alejado del mundo. Empieza poco a poco  moverse el trapecio y con él ese hombre despechado. La altura del trapecio le brinda una visión más angustiosa, aún. Ahora una sorda aflicción aturdía  su alma, mecía descontroladamente sus pensamientos y desatendía rítmicamente su atención en lo que  hacía.

La luna  a través de la carpa brilla como siempre. Pero esta no es la misma noche. El piensa: Estoy solo. Ella está lejos.

El debe mover más rápido su trapecio, lanzarse al vacío y con una arriesgada voltereta ser cogido por los puños de otro trapecista que ansioso espera. Está inquieto porque  su amigo demora más de la cuenta. Nunca lo había visto tan nervioso-¿Qué estará pasando por la cabeza de su amigo? – se pregunta.

Finalmente se lanza, vuela, vuela, pero va cayendo suavemente y se va transformando en un mundo de naipes que se dispersan por todas partes. Caen en la pista, vuelan hacia el público que está maravillado y después de segundos de volteretas, se juntan, y vuelve a aparecer nuestro trapecista y abre sus brazos como alas salvadoras que le impulsan milagrosamente y alza el vuelo de regreso hacia su trapecio. Hacia su seguridad.

Su imaginación le ha traicionado. Su mente, afiebrada, delira…Amor ( piensa)¿Porqué me has dejado?

Se da impulso y ahora vuela a la realidad. Su amigo le coge fuertemente, mientras el público aplaude,  ignorando la tragedia que nuestro protagonista lleva por dentro: Soledad y pena de amor que siempre le acompañará hasta que encuentre el verdadero amor.   ¿Dónde lo hallará?: En el silencio azul de una callada noche. O en el atardecer pensativo de una nostalgia blanca. ¿Acaso se escabulle juguetón entre las estrellas titilantes que sonríen  ante su casi oscura desgracia?

.¡No! Encontrará lo que busca porque él hundió su dicha en una rosa de espinas suaves que  le hirieron   sin compasión en su primer intento amoroso, flor de un día, dolor salvaje, agonía inocente en un sendero desconocido que trocará jubiloso en aromas verdaderos  cuando a la vuelta del destino se   asome   aquella  que su corazón espera.

Cuando el amor nos acoge podemos decir: Nosotros nos miramos y al mirar sonreímos. Y Curamos nuestra pena con besos de cariño.

Del camarín del circo sale un renovado atleta. Un dardo   mal lanzado lastimó su vida. Le oscureció su espacio y fatalizó su estrella. Bastaron segundos en la altura, bastaron luces de ruego que su boca pedía y con nuevos bríos desde un  elevado trapecio lanzó a la nada lo que le atormentaba.

Abrió la cortina que hacía de puerta y se dijo: ¡He ahí la vida!

Aceleró su paso y se perdió en la bruma de esa iluminada noche que le había devuelto lo que segundos antes creyó… perdido
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