Era un árbol añoso, de piel lisa, muy alto, tan alto que desde el montículo donde yacían sumergidas sus raíces, podía ver todo el hermoso y silvestre paisaje. Tenía ramas largas y flexibles que se agitaban al vaivén de su amigo el viento, quién por las tardes le invitaba a danzar en su loca carrera hacia la nada.
Pedrito, un niño rubio, muy hermoso, era su preferido de todos los infantes de esos alrededores. Le amaba porque nunca le hizo daño y solía ir a dormir al pie de él y el árbol cual tierno papá le arrullaba con movimiento tenues de sus largas ramas y suaves hojas.
Cerca del árbol había una pequeña laguna donde los niños solían ir a jugar en verano durante sus vacaciones. Se sumergían alegremente en su tibias aguas perfumadas de variados aromas que traía el viento de sus paseos clandestinos entre las arboledas del hermoso bosque.
Desde su atalaya el árbol observaba atentamente y trataba de no perder de vista a Pedrito, quién con su rubia cabellera rizada, sobresalía de las otras cabecitas juguetonas.
Un día, uno, dos, tres, muchos gritos desgarradores invadieron el aire y llevaron al árbol un mensaje de angustia; una emoción para él desconocida. Tuvo la sensación profunda que algo terrible pasaba y todo su organismo se rebeló y sin poder evitarlo, sintió desmoronarse. Su recia contextura, como si una mano invisible le sostuviera fuertemente, retorcía sus fibras hasta hacerle manar una savia blanca, lechosa, palpitante que a chorros se escapaba desde la profundidad de su ser y salpicaba caprichosamente la verde pradera donde él vivía. Sus hojas se desprendían como si fueran cientos de pájaros ansiosos de emprender el vuelo y llenaron el lugar formando nubes que trasladó lejos el viento, asombrado al observar lo que le ocurría a su viejo amigo, el árbol.
Sus blandas ramas se inclinaron dócilmente hacia el suelo como si quisieran arrastrarse por la tierra con brazos suplicantes para que el ansiado milagro se produjera…¡Pedrito, su amigo, se ahogaba..! Esos gritos le partían su arbórea alma y su vida se escapaba a medida que la negra sombra de la muerte invadía el pálido y ahora, amoratado rostro de Pedrito.
La enorme y admirada copa del árbol cayó, inclinándose aún más, en un gesto de humilde plegaria a su invisible creador acompañada de un caudal de finas gotitas que eran una lluvia de lágrimas surgidas no sabía de dónde…tal vez, de su tierno corazón de madera agonizante. El viento dejó de soplar y trajo al agonizante árbol un susurro de alegría, de esperanza: ¡Pedrito estaba bien, se había salvado!.
Un coro de pájaros cantaba un himno a la alegría, a la felicidad, al renacer. No todo se había perdido. No todo era tristeza y la angustia debía marcharse de aquellos seres que impotentes ven descorrer la cortina de la desdicha.
Esa tarde, al regresar los niños desde la laguna, se detuvieron maravillados frente al árbol. Pedrito, lo miró y entre asombrado y pensativo, observó un nuevo árbol plagado de llagas que cicatrizaban con reflejantes y luminosas gomosidades que hacían placentera su recuperación.
Largas ramas hermosas, colgantes, llenas de nueva vida, flotaban en brazos del aire y llegaban hasta el suelo, acariciantes. Su tronco más corto y vigoroso, era, ahora, dueño de un nuevo corazón, más tierno, más dulce. Era un regalo a su sensibilidad. Era un árbol pletórico, feliz.
¡Oh!-dijo Pedrito, dirigiéndose a sus amiguitos y abrazando tiernamente a su renovado amigo.¡Pero si este árbol es un sauce llorón, ahora!.
¿Por qué será¨?-¿Qué habrá pasado?. Pero Uds. y yo, sabemos lo que pasó.¿Verdad amiguitos?. Y pienso, ¿Será el ser humano capaz de renacer después de una experiencia que le haya marcado profundamente?.Espero que sí…
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