Recién daban las siete y un tumulto de gente se agolpaba en la estación de aquel pueblo en aquella apacible mañana de otoño. El tren estaba anunciado y aquellas personas que se paseaban de uno a otro extremo del andén denotaban la ansiedad del momento. Unos consultando sus relojes, otros mirando aquel sendero de líneas y de vez en cuando alzando la vista esperanzados de ver surgir magnífico e imponente a aquel monstruo de acero que traía para algunos, la felicidad de ver llegar una persona querida y para otros significaba la cruel despedida de un familiar o un amigo que, quizás, no volverían a ver nunca más...
¡No tan sólo en las grandes calamidades de la humanidad los espíritus más rebeldes se aúnan y hacen más pequeña la angustia del momento. ¡También aquí!. En la vida corriente de toda ciudad la llegada de un tren despierta en ellos sentimientos que se agitan ensordecedores en lo más íntimo de sus cuerpos y que se objetivan a través de sus miradas para algunos brillantes de felicidad y para otros, nubladas de mortificantes angustias frente a los últimos minutos del inevitable adiós.
¡No tan sólo en las grandes calamidades de la humanidad los espíritus más rebeldes se aúnan y hacen más pequeña la angustia del momento. ¡También aquí!. En la vida corriente de toda ciudad la llegada de un tren despierta en ellos sentimientos que se agitan ensordecedores en lo más íntimo de sus cuerpos y que se objetivan a través de sus miradas para algunos brillantes de felicidad y para otros, nubladas de mortificantes angustias frente a los últimos minutos del inevitable adiós.
En un rincón del andén se ven dos figuras, perdidas en aquel tumulto de agitaciones. Ella es una anciana de cabellos canos que reflejan más que el paso de los años, una vida de penurias, sacrificios. Viste traje de burda tela y sobre sus debilitados hombros descansa un descolorido chal. Su rostro tiene algo de angelical, sembrado de arrugas y de sus ojos pequeños y semi cerrados, resbala silenciosamente una lágrima, tan solo una, resumiendo en ella la tremenda lucha que se desarrolla en su alma mortificada y agotada por lo inevitable... Ese mozo que está a su lado es su hijo que se va en busca de oportunidades mejores de trabajo a otra ciudad. Quedará sola, pues es viuda y convaleciente de grave enfermedad. Él la había sentido gemir en su habitación durante toda la santa noche. Él tampoco pudo dormir. Pensó, pensó mucho y le atormentaba la idea de hacer sufrir a aquella viejecita.
Esa tarde con cuánto amor había hecho su equipaje y colocaba esos panecillos que a él tanto le gustaban… En todos sus movimientos creyó ver que ella se despedía como cuando los abandonó su padre. ¡El ahora, recién comprendió el profundo significado de todo aquello!.
Un sonido a la distancia le sacó de sus pensamientos y pronto una atmósfera de humo inundó la estación:¡ El tren había llegado!... La agitación que se hacía sentir tácitamente en el ambiente se volvió realidad, volcándose en aquel andén sentimientos preñados de tristeza, algunos, de alegría otros, que hizo aparecer esa mañana tan humana como nunca y hasta el observador más indiferente, no dejó de sentir un frío de extraña inquietud espiritual…
Ha sonado el pito y el tren se pone en marcha quejumbrosamente, exhalando rugidos de negro humo que ponen tensión en los rostros y vacía el alma de egoísmo y la llena de confortable quietud. El andén está nuevamente despejado y en un rincón se ven dos personas: Ella, una viejecita de raído chal sonriendo alegremente y él un mozuelo de diez y ocho primaveras que la abraza emocionado…
¡ El tren ha olvidado un pasajero!
¿Cuántas veces la ansiedad de un momento no ha trocado apasionadas decisiones en provechosas flaquezas?.Cuanto más noble si ello involucra el cariño de una madre.
Lejos, se oye, por última vez el pitear de ese tren que se aleja como rodeado de una aureola de orgullo, pues, ha envuelto de felicidad la indecisión de un alma joven…
1 comentario:
Siii, tienen razón los auditores de CNN... está muy bello lo que ha escrito!!! :)
Publicar un comentario