02 febrero 2011

ARENA. MUJER. TRAJE DE BAÑO. Y YO.

                              




                                ARENA. MUJER. TRAJE DE BAÑO Y YO
                                            (“Hojitas al viento”)(24)

En desamparo y dolor me habían dejado desarmonías amorosas.

La niebla sutil, cual imprevisto diluvio, había ocultado mi ser a mágicos reflejos femeninos que galantemente irradiaban en este caluroso verano a lo largo de nuestro playero litoral.

La arena blanca teñida de marinas y lacustres pasiones estivales, acariciaba ansiosa las bien formadas anatomías de féminas.

Acariciándose al sol y bañándose en las vaporosas brisas marinas.

Algo separaba a la ardiente arena de esa espléndida masa humana que yacía sobre ella, entregada, vencida, dada, regalada.

Sí... Era ese sensual traje de baño de dos piezas que esas preciosuras exhibían.

Orgullosas, coquetas, presumidas, ocultaban sus cuerpos , celosamente ,de los curiosos e inquisitivos ojos de sus ocasionales vecinos de playa.

La arena ansiosa renegaba de esos machos recios perturbadores de sus areniscos ensueños que la relegaban a una pobre observación y sensación, restringida.

Las bellezas se paseaban, asoleaban, descansaban, jugueteaban y los miles de ojos arenosos no perdían pisada.

¡No era ocasión para distraerse!

Una vez al año sentían su intimidad unirse a esas maravillas naturales y ardían de pasión.

Renacían en ellas una líbido casi perdida por las inclemencias de su obligada hibernación.

Yo, desde una improvisada atalaya, miraba y meditaba sobre estas cosas triviales pero humanas.

Comprendía a esas inertes masas polvorientas y solidarizaba con ellas.

Para mí no era el traje de baño lo que me separaba de esas dermis delicadas.

El vestido, el traje, su tapa rabo caería solo, si el alma de esas mujeres se sintonizaban con la mía.

Un candado, una chapa, separa al ladrón de la joya.

Los sellos se derriten, los candados se abren.

Pero esas femeninas alhajas se muestran y se acarician cuando las manos del amor abren sus corazones.

El amor, no se compra, no se roba, no se conquista.

El amor brota cuando jardín y jardinero compatibilizan.

El amor penetra al alma ¡Es eterno!

El amorío penetra al cuerpo ¡Es efímero!

Está oculto a la vuelta del camino y se va presto al menor sobresalto.

Es una pasión clandestina.

Pero el amor que se enclaustra en el alma es transparente, es leal, no huye, se aferra y procrea con alegría y responsabilidad.

Tristes arenas que en desamparo y dolor se quejan.

Su naturaleza cristalina no debe aferrarse a seres lejanos a ellos.

Tristes soñadores humanos que pliegan sus brazos humillados ante sensuales mujeres que cubren su belleza y se las mezquinan.

¡Felices aquellos otros que logran un idilio!

Sus pasos son guiados por mentes que en vagos torbellinos saben alzar una imagen de paz y consuelo.

Y con fuerza avasalladora y sutileza crean amor y

¡Rompen vestidos!

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