11 agosto 2010

EL V I A J E


EL   VIAJE

El bus empezó a rodar lento; luego aceleró y tomó un ritmo que me hizo aletargar ligeramente.

Empezaba nuestra aventura rodante. Ibamos de excursión hacia aventuras estivales desconocidas, sin rumbo determinado. Habíamos dejado nuestras brújulas en el baúl de las cosas olvidadas. Nuestro instinto juvenil sería el encargado de dirigir nuestros pasos y estaríamos a la deriva mientras decidiéramos bilateralmente que sendero por fin elegir.


En nuestro afán de hacer todo bien y llevar las cosas necesarias en nuestras mochilas, olvidamos lo más esencial: la hora de partida del bus.


Cargados, incómodos en nuestra carrera inesperada, pero necesaria, sin entrenamiento previo, sin previo calentamiento, alcanzamos el bus en el minuto penúltimo a su partida. ¡No habíamos reservado pasajes! Ya empezábamos mal. ¿Eramos  jóvenes, no? Y por consiguiente imprevisores.


No habían dos asientos juntos, desocupados. Así que nos dejamos caer en sendos asientos muy distantes uno del otro. Ojalá, que más adelante, con el correr del tiempo no nos ocurriera lo mismo, ya que nuestro anhelo era vivir a concho juntos esta aventura y otras.


Mi amigo Pablo fue siempre mi antítesis: Corpulento, lleno de vida, dicharachero, superficial y en ocasiones muy arrebatado y mal genio. Podría decirse un extrovertido de marca mayor.


Sí, yo era bastante tímido creo, más bien vanidoso, siempre pensando dos o más veces mis decisiones. Era una obsesión no cometer errores y terminaba, inevitablemente, cometiéndolos. ¿Por qué tener que ser así?¿Por qué tener que llevar esta carga sobre mis hombros?. Carga que me aprisionaba, me asfixiaba, me mortificaba.


Un profesor nos comentaba al respecto que el joven siempre se dejaba arrastrar por sus emociones más bien que por su raciocinio. Nuestras decisiones iban a la par con el desarrollo psíquico, es decir, decisiones acertadas y que sólo lograríamos un equilibrio perfecto, una armonía ideal, cuando nuestro intelecto fuera de la mano con nuestras emociones y todo ello cabalgando en aras de la voluntad. Todo ello se lograría, decía el citado profesor, cuando fuéramos “maduros” y madurez implicaba tiempo y el tiempo, a su vez, traía experiencia.


Esto yo lo traducía diciéndome: “que yo era un imbécil, inmaduro, ignorante y desorientado, un bueno para nada". Me comparaba con una hoja al viento, siempre a la deriva, sin iniciativa, dejándome llevar por la opinión ajena, viviendo la vida de otros, y postergando siempre mis ideas; pensamientos que pensaba no agradaban a mis amigos. Puntualmente a mi amigo Pablo, siempre absorbente, siempre argumentando sus decisiones y siempre imponiéndomelas. Yo era demasiado atolondrado para oponerme a él. Además su “elefantiasis” me impresionaba.


¡Ah!...Vacacionar.-Sí, íbamos de vacaciones. Tendríamos un merecido descanso. ¡Vaya!... Ya no estaba muy seguro de ello. Algo me atormentaba y ese algo no era otra cosa que el darme cuenta, definitivamente, que mi conducta como estudiante no había sido la mejor. Había cometido muchos errores: llegaba tarde a clases, desobedecía las mínimas indicaciones que le sugerían sus padres para elevar su rendimiento, desaprovechaba su tiempo libre en ociosos parlamentos con Pablo. En una palabra esa actitud suya de creerse invadido en lo que yo llamaba “mi privacidad, mi espacio personal”, me impidieron oir a las personas que realmente se interesaban por mi: sus padres y profesores.


Pablo, en cambio, con su optimismo desmesurado que lindaba en la irresponsabilidad, en su afán de demostrar que el mundo estaba a sus pies, amo absoluto de su vida, siempre seguro de sí tanto en lo que hablaba como en lo que hacía, me había estado llevando a un estado de confusión que hoy parecía que iba a hacer eclosión.


Tal vez el hecho de planificar el viaje fue positivo pero llevarlo a la realidad estaba haciéndose negativo. Me estaba dando cuenta que ésto se parecía mucho a lo que hasta aquí era mi vida: Tratar de hacer bien las cosas y luego me salían mal. ¿Por qué?


Creo estaba descubriendo la razón de mi desorientación. Por un lado quería que todo me saliera bien: Le ponía empeño,  pero al parecer, poco. Y ese poco iba acompañado de incertidumbre. Pues lo lógico era que al no conocer bien el terreno sobre el cual tomar decisiones me hacía sentir inseguro de los resultados. Necesitaba el apoyo de personas con experiencia, pero a esas personas yo no las escuchaba. Me guiaba por “un sexto sentido” que creía tener y que Pablo me aseguraba poseíamos. Una especie de instinto animal.


Por lo visto ese polémico instinto animal inventado por Pablo, fallaba a cada rato y todo ésto me conducía a un fracaso estrepitoso. Estábamos haciendo las cosas a medias.


Este bochorno de estar sentados lejos uno del otro me irritaba. Yo era su compinche y me sentía frustrado, abandonado y en cierta manera liberado. Esto podría ser el principio de mi independencia.

Sí, no debería estar preocupado. Solo, saldría adelante. Usaría toda mi voluntad para observar mis errores, mis propios errores… No los de mi amigo. Respondería por mis actos. Asumiría mis responsabilidades. Ya no participaría más en conductas compartidas, donde la parte mía se reducía a un porcentaje ínfimo. Esto hacía sentirme liberado de culpa. Total era la culpa de mi jefe. Yo sólo lo seguía. ¡Figúrense, a esa edad ya tenía jefe! Lo que me esperaba era una vida de esclavitud, Hoy día con Pablo y su corte; mañana quizás con quién o quienes.


Empecé a sentirme mejor. Mis pulmones estaban recibiendo nuevos aires que hinchaban de alegría. Mi espíritu se esforzaba por demostrar al mundo mi nueva personalidad. Todo esto parecía suceder demasiado rápido. No era posible. Pero yo sabía que sí.


No era un parto prematuro, ni normal. Era un parto programado. Eso sí, no tenía fecha pero iba a suceder tarde o temprano porque los síntomas eran claro: vislumbraba una desorientación, me quejaba que las cosas no me salían bien, buscaba la razón de ello. Sólo faltaba la situación precisa que hiciera romper las bolsas de agua de mi renacer. 


Y esa ocasión era este viaje que dispensó la oportunidad de autoevaluarme sobre mis insatisfacciones cuando estuve rodeado de sentimientos encontrados.


Por primera vez alcé mi cabeza y observé a la persona que estaba sentada a mi lado. Una rubia espectacular que se mostró inquieta ante mi inquisitiva mirada.-


¿ Se te perdió algo que yo tenga?-lanzò con voz áspera-
No, por favor-dije. Sólo admiraba tu belleza.-
¡Ah!-Murmuró y se volvió hacia la ventana hundiéndose en una modorra naturalmente fingida-


Eso ya no me importaba. Ni tampoco ella me interesaba. Estaba viviendo mi nueva vida. Mi piropo fue sólo un probarme- ¿Era capaz de expresarme sin vacilaciones, sin temor?. Sí, lo estaba demostrando. No me sonrojé, ni tampoco me sentí por el desprecio de esa beldad. No estaba en la onda de buscar pareja. Estaba sondeando mi vida interior mi ego que ahora se estaba acercando a mí y podíamos entendernos y conversar de tú a tú, sin engaños. Él estaba enseñándome a  reconocer mis cosas buenas y mis limitaciones. Me estaba orientando. Me estaba ahora haciendo madurar. Y ese pensamiento me hizo sentir henchido de orgullo y felicidad.


¡No tendré héroes ni ídolos. Miraré a toda la gente como seres humanos y no colocaré a nadie sobre mi mismo en importancia!


¡¡Qué gran sorpresa se llevaría mi amigo Pablo! Mi ex-jefe, mi ex -tutor, mi ex –guía!

2 comentarios:

Pame dijo...

Este ha sido uno de los relatos que mas me ha llegado
TU FAN.

Anónimo dijo...

Muy bueno el blog. Felicitaciones.